Barón - Apuntes

Teología de trenes

Aplicación a "la Filioque toledana"

Enero 2012

El título de este apunte es un remedo de aquel aforismo inquietante que fue guía de maestros en tiempos no muy remotos. Se trata de un apunte menor dentro del tema principal -Tantas-fes-como-personas- que quedó pendiente en una cena familiar reciente; allí quedó manifiesto que cada uno de los presentes, menos el Barón, que por ser pobre nada posee, disponía de su fe particular, una fe prêt a porter como quien dice. Visto así, parecería que estamos ante una novedad, un paso adelante en la evolución de los creyentes, que mejoraría sus probabilidades de salvación.

Pero no es así; lo de "tunear" la fe no es afición privativa de nuestros jóvenes, sino inclinación irremediable y atemporal de toda la especie sapiens. Hoy veremos, como muestra de este aserto, el tuneo que le hicieron al Credo niceno en un taller de Toledo, allá por el 400 Anno Domini, un ajuste en el sistema trinitario, que todavía hoy colea con fuerza entre católicos y ortodoxos. Allí fue donde le instalaron al credo "la filioque", una cláusula tan sutil como controvertida, que no venía de fábrica; ni de la de Nicea ni de la de Constantinopla.

Este asunto comienza en el 325AD, cuando Constantino quiso poner orden en su imperio, pues la carcoma de las fes particulares ya empezaba a mostrar serias fisuras. El roto mayor lo estaba causando Arrio, de modo que todos los obispos del imperio fueron convocados por el Emperador a reunirse en su residencia de verano en Nicea. Arrio solo era un presbítero (clérigo anciano) de sesenta y nueve años por entonces, pero fue invitado porque estaba ya destinado a ser el protagonista del encuentro. Lo describen como "hombre alto y delgado, con fama de íntegro y asceta, que se movía con elegancia y hablaba con elocuencia". Tenía gran predicamento entre el pueblo y sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios al inicio de los tiempos, pero no existía desde la eternidad. Los ánimos estaban exaltados, y cuando Arrio se levantó a hablar, el obispo Nicolás de Myra lo derribó de un puñetazo en la nariz. Dialéctica teológica al uso. Este Nicolás llegó a ser santo; sus restos fueron trasladados siglos después a Bari (Italia), donde hizo un sinfín de milagros. Su veneración se extendió por Europa, y los holandeses lo exportaron como Sinterklaas a América cuando fundaron Nueva Amsterdam, hoy Nueva York. De ahí a convertirse en Santa Claus fue fácil contando con la promoción del escritor Washington Irving.

En Nicea Arrio fue vapuleado y desterrado. El arrianismo fue declarado herejía y el Credo Niceno estableció textualmente que Jesús es «Deum verum de Deo vero, genitum, non factum, consubstantialem Patri». Esta declaración sigue hoy intacta y nadie ha pretendido "tunearla" desde entonces: el Hijo es engendrado, no creado, por lo que participa de la naturaleza del Padre, es consustancial a Él. Del Espíritu Santo no dijeron nada especial, simplemente que creían en él. Unos años después se volvieron a reunir, esta vez en Constantinopla, y establecieron acerca del Espíritu Santo, que procedía del Padre: «Credo in unum Deum... et in Spiritum Sanctum... qui ex Patre procedit.»  Todos quedaron conformes, pero no contaban con los españoles.

En España, lo de cada cual su fe no podía faltar. En el año 397 se reunieron en Toledo los de casa, y el obispo Patuino abrió la sesión diciendo: «Porque cada uno de nosotros hemos empezado a obrar de distinta manera en nuestras iglesias, y de aquí se han originado escándalos que casi rayan en verdaderos cismas,...»

De Toledo salieron veinte cánones y dieciocho artículos de fe contra las herejías. En lo que respecta a la Santísima Trinidad, no les gustaba cómo había salido de fábrica y consideraban que pecaba de inestabilidad. La Trinidad necesitaba ser reforzada, por lo que le instalaron la dichosa Filioque. Este aditamento significa en latín «y del hijo», con lo que el sistema Trinitario quedaba "como más redondeado":
«Credimus in unum verum Deum Patrem et Filium et Spiritum Sanctum ... sed a Patre Filioque procedens.» «Creemos en un solo Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo ... que procede del Padre y del Hijo

Sin la Filioque, Cristo quedaba subordinado en una posición menor a la del Padre, lo que conducía a una visión monoteista, no trinitaria. Para apoyar el ajuste acudieron al evangelio de San Juan, donde dice:

Jn. 16:7    «Empero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si yo no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré»

Con la Filioque, importada directamente del Evangelio, el Credo de Nicea quedaba -dirían en Toledo- niquelado. Pero en Constantinopla se echaron las manos a la cabeza y les advirtieron sobre la poca fiabilidad de San Juan como proveedor de piezas estables. Y les enviaron dos muestras de lo dicho:

Jn. 14:26   «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre...»

Jn. 15:26.  «Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre

Esta aparente contradicción evangélica de la doble o simple procedencia (del Padre y del Hijo o solo del Padre) permanece todavía en el aire separando a las dos iglesias, a pesar de los muchos intentos por avenirlas. El mejor de todos ellos, el que podemos llamar "de los trenes" o "ferroviario", a cargo de Michael Ramsey, que fue arzobispo de Canterbury a finales del siglo pasado. Lo explicaba muy bien el arzobispo:

«Si se halla usted en la estación de trenes King Cross en Londres para observar la llegada del expreso escocés, usted podría decir "este tren viene de Edimburgo y de York" o podría decir "este tren viene de Edimburgo a través de York". En ambos casos la trayectoria del tren es claramente definida con relación a estas dos ciudades, pero en el segundo caso es mucho más explícito que el tren inició su travesía no en York sino en Edimburgo.»

Sencillo ¿no? Pues aun así.