Rota Virgilii - 18 septiembre 2010
(El Eremita emerge «de profundis» y arrastra sus cadenas hasta el Banco de los Pensamientos, donde encuentra al Barón, bien repantingado, administrándose unas gambas y una cerveza.)
S —¡Ay mísero de mí, ah infelice! Apurar, Cielos... ¡Fuera de ese banco, impostor!
B —¡Cálmate, Segis!, Mira qué bien, que vienes a animarme la mañana. ¿Una gambita?
S —No estoy para gambas. Te busco a ti, villano.
B —¿Yo villano? Todo te lo consiento, sabandija, menos que rebajes mi estatus.
S —¿Yo, rebajarte el estatus? Tú te bastas, farsante, sin ayuda de nadie.
B —Explícate, ínfimo.
S —Has estado en Urbasa.
B —No sabía que me leyeras.
S —Yo no te leo ¡sólo faltaría! Te vigilo.
B —Pues abrevia, carne cenicienta, que ésa era la última gamba. Yo puedo ir a donde me plazca, que esta parte del mundo ya hace mucho que la hemos liberado de la dictadura de los tristes.
S —Tú no has liberado a nadie, embaucador, ni siquiera puedes liberarte a ti mismo de tu propia estulticia.
B —Yo me libero a mí mismo todos los días de las terribles arenas movedizas que rodean la jubilación y engullen a los hombres cuando se las prometen más felices.
S —Bueno, pues por mí, sigue liberándote, pero no me toques las hayas de Urbasa. El haya es mi árbol por antonomasia; tú no te lo puedes arrogar, porque no te corresponde. Es una exaltación antinatura.
B —Qué raro hablas, Segis. ¿No te estará sentando mal la falta de oreo? Eso de antono...plasia ¿está en el tumba-burros?
S —¡Claro que está en el diccionario, ignorante!. Antonomasia es una sinécdoque...
B —¡Largo de aquí, desgraciado!
S —Sí, señor, una forma particular de metonimia, un tropo, una figura retórica, un recurso más al servicio de los que cuidamos la expresión, una forma de decir que, entre todos los árboles, el haya representa por derecho propio a los sencillos, por la propia naturaleza de las cosas. Así ha sido y así seguirá siendo.
B —Tú que sabes de letras, reconocerás este párrafo que aprendí de niño: "...que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio". ¿Sí o no, Segis, lo reconoces?
S —Será lo único que has leído del Gran Libro. Seguro. Pero yo he venido a decirte que el haya es mi árbol, a mí me corresponde y no me lo toques. Será casus belli
B —¡Claro que será casus belli, que ese latín me lo sé. ¿Dónde está escrito que el haya es tu árbol?
S —En la Rota Virgilii.
B —¡Te voy a matar, reptil inmundo!
(Segismundo se anticipa y tumba al Barón con una llave que le
aplica con las cadenas, conocida como "la concatenatta")
S —Escucha, ignaro mentecato: desde la Edad Media se llama Rueda de Virgilio a un paradigma que describe los rasgos representativos de los estilos literarios, en correspondencia con los estados sociales de la época. La cosa viene de mucho antes, desde Aristóteles, entérate, pero es con San Isidoro cuando esos tres estilos, sublime, mediano y humilde, se relacionan con las tres vertientes principales de la poesía de Virgilio (Eneida, Geórgicas y Bucólicas).
B —¡Suéltame, te vas a enterar!
S —Tú te vas a enterar: El estilo sublime corresponde a militares y nobles, y en su paradigma el animal asociado es el caballo, el arma la espada, su campo de acción la ciudad o el campamento y el árbol, ¡el laurel! Entérate, el laurel. Es el que te corresponde.
B —¿El laurel? ¿El que adornaba días pasados la despejada frente de Séneca?
S —Ese mismo. Y te voy a ahorrar lo que el paradigma de los estilos dice sobre el que se relaciona con las Geórgicas, porque aquí ya no quedan agricultores; pero sí te aclaro, y es a lo que he subido hasta este noble Banco de los Pensamientos que estás hollando, una vez más, con tu miserable culo, que a las Bucólicas les corresponde el estilo denominado humilde, el estado social del pastor (pastor ociosus), el animal asociado la oveja, como arma el cayado, como lugar la campiña y como árbol ¡el haya!
B —¿El laurel es de nobles, dices?
S —Sí. El laurel o el cedro. Deja, pues, el haya, para los humildes, para los que el silencio, sólo roto por las esquilas y el viento de la sierra, es retiro reparador y alimento fecundo. Cúbrete de laurel, que es lo que corresponde a tu elevada y frívola morada.
B —Pues no veo mal lo del laurel, oye. ¿Sabes que a veces me caes bien, ratón de biblioteca? Además, creo que el laurel les va bien a las morcillas ¿no?
S —Adios, insustancial.
B —A tu cueva, rockero.