Felícitas - 6 septiembre 2020
(Segismundo deambula por los sótanos del castillo y recita en voz alta.)
B —¡Pero, hombre de Dios, Segismundo, mi pequeño Segis, te encuentro como te dejé, quizás un poco desmejorado, pero ¡vaya! en lo tuyo, en el llanto y en la cuita. ¿Cuita digo? quita allá, cuitado, vamos arriba, a la planta noble del castillo, que tengo enfriando un Dom Pérignon, y celebramos mi vuelta.
S —Va de retro, ectoplasma del Maligno. No puedes aparecer y desaparecer a tu gusto. Está claro que encuentras gran placer en abandonarme, en dejar que coma mi soledad bajo estas vóbedas frías.
B —¡Bieen Sor Angustias! Ahora sí eres un auténtico Segismundo, que «en estas vóbedas frías cuenta sus melancolías». ¿Y qué vas a añadir? « ¿Pues la muerte te daré, porque no sepas que sé que sabes flaquezas mías?»
S —Te ríes de mis flaquezas, miserable, pero ríe más quien ríe el último. Un día llegará en que veas la luz y vengas a mí rindiendo esa cerviz artificialmente erguida. Mientras tanto, yo sigo trabajando dentro de mí en busca de la felicidad.
B —En eso soy maestro y tú aprendiz, mi pequeño saltamontes. La felicidad no la alcanzarás solo, gusano, es cosa de todos, de la comunidad, y en este caso de dos: tú yo.
S —Niego la mayor, ígnaro fanfarrón. Si estuvieras medianamente cultivado y hubieras leído a Marías, al padre, claro, sabrías que la felicidad consiste en la realización de la pretensión vital, algo que cabe solo en el individuo y que se relaciona con el quién proyectivo que somos cada uno de nosotros.
B —¿Qué dices, renacuajo? No te fíes de un meapilas que osó describir la vida de ultratumba. ¿Crees que no sé leer y que soy indocto? Pues léete tú el capítulo de ese libro simplón que escribió sobre "La felicidad humana", y titula así, con un par: "XXIX La imaginación de la vida perdurable". Es descacharrante, como tú mismo.
S —Eres insoportable en tu ignorancia y altanería. Trata al maestro con la reverencia que merece su aportación a la metafísica. Él me enseñó que la metafísica soy yo, un ser...
B —Ahí estamos de acuerdo, sabandija de oscuridades. Tú eres la metafísica, la metaquímica, el metanol y la nometaminina, todo junto. ¡Un fenómeno!
S —Ríe, ríe. Eres un tambor hueco, no entiendes nada. Es el individuo, el que al vivir su vida crea la metafísica. Por eso medito constantemente sobre la felicidad que yo puedo construir en mi proyecto vital. Palabras del maestro.
B —Que no, chiquitín, que aunque la felicidad, aunque sea un afán privado, sólo se consigue mancomunadamente. Los padres fundadores de los EEUU lo sabían, lo sabían también los constituyentes franceses, hoy lo saben los niños de teta. Sólo tú andas como un Robinsón voluntario en tu búsqueda individual.
S —No soy una excepción, sabelotodo. Estos días he leído la vida del malogrado poeta inglés John Keats, un joven que prometía llegar a laureado, tal como su admirado Wordsworth o más tarde Tennyson. Sí, ese, mismo, el de "that which we are, we are". Pues, mira, Keats se distinguió por su búsqueda obstinada de la felicidad. Se lió la manta y se retiró a los 22 años a la isla de Wight, donde creó su Endimión. Ahí es donde le revela a Peona dónde está la felicidad. —¿Dónde está?, le dice; y se responde: —En aquello que invita a nuestras mentes listas a la comunión divina, comunión con la esencia (fellowship with essence, till we shine...) hasta que resplancemos por completo transmutados.
B —Estás majara, estás enloqueciendo, pobre Segismundo. Te ha afectado la reciente publicación de la correspondencia de Keats, un pobre diablo, que terminó muy pronto, bien transmutado él por la tuberculosis. Buscaba la felicidad en un mundo irreal que él mismo se fabricaba y en el que en última instancia no creía. Eso os pasa a los ilusos, que os hacéis trampa en el solitario.
S —Hablas, como siempre por boca de ganso, que es lo que eres, Barón de la Sinsustancia. La felicidad es personal y mi persona soy yo (bueno, también dice serlo el Presidente del Gobierno). Así que déjame a mí que busque la mía y lárgate con viento fresco a darle a tu Dom Pérignon.
B —La soledad te ha ablandado el cerebro, enano. En soledad el cerebro se ablanda, se reduce y se deforma. Su Pigmalión es la sociedad y tú su Galatea. Te crees autónomo, ¡ah tonto!, pero tu autonomía es una ilusión, un fruto refinado de la comunidad; y, te guste o no, eres un híbrido de neurología y sociedad.
S —¡Híbrido serás tú! Un cruce entre víbora y escorpión.
B —Amén