Barón - Segismundo
Carga de la prueba - 6 sep 2010

(El Eremita pasea convulsivamente por la terraza del torreón del Homenaje, lugar preferido del Barón, mientras recita, brazos en alto, mirando al cielo.)

¡Ay mísero de mí, ah infelice!  Apurar, Cielos, pretendo, qué delito cometí, contra vosotros, naciendo...

B  —¡Hombre, Segis, qué agradable sorpresa! ¿Qué haces fuera de tu lúgubre recinto?

E  —He subido a buscarte, botarate.

B  —Pues aquí me tienes, Sor Angustias.

E  —Ayer fuiste irrespetuoso con la sagrada misión rabínica de interpretar las Escrituras para bien de los hombres. Una misión acrisolada por siglos de erudición y de trabajo infatigable.

B  —Bueno; ya salió el peine.  Yo me largo; cuando te aburras, vuelves a tu cueva y sigues meditando, que es muy sano.

E  —No huyas, Barón de la Sinsustancia, que esta vez te has pasado y me lo vas a reconocer. Has tomado a pitorreo cosas realmente serias. El mundo entero está en vilo por el anticipo que ese Hawking ha lanzado al propio Cielo. El ochenta por ciento de la humanidad cree en Dios, y no pueden ser burlados por un sedicente Barón, además graciosillo. Si Hawking dice que Dios no existe, affirmanti incumbit probatio.

B  —No me vengas con latines, que yo soy hombre de armas.

E   —Quien afirma algo ha de probarlo, es un conocido aforismo jurídico. Tu ignorancia es inmensa, como la mar océana.

B  —Ya. Pues mira por dónde, Sor Angustias, yo sé uno que aprendí cuando luchaba contra el turco. Me lo enseñó mi gran amigo Fray Angélico de L’Annunciata y se llama probatio diabolica ¿Qué te parece? Lo practicaba la Inquisición, a la que creo que estabas adscrito en tus tiempos mozos. Ponían a uno en el potro, o le quemaban las patas, como Hernán Cortés a Cuauhtémoc, y, mira tú por dónde: si confesaba, ya lo tenían, y si no confesaba, señal evidente de que el diablo le estaba dando fuerza para soportar el potro; con lo cual, también lo tenían. Dime por qué Hawking tiene que demostrar que Dios no existe y tú no tienes que demostrar que existe.

E  —Porque el onus probandi

B  —¡Voto al diablo!. O hablas en mi idioma o te vuelves a las mazmorras.

E  —Porque la carga de la prueba recae sobre el que rompe la normalidad: lo normal se presume, animal, lo anormal se prueba. Es inútil discutir con gente que no conoce el derecho; carecen de capacidad dialéctica, y Hawking y tú sois de esa calaña. Y está establecido que quien invoca algo que rompe el estado de normalidad, debe probarlo. Más de cinco mil millones de seres creen en Dios y forman el estado normalidad. Ya te lo he dicho, y por eso subo a esta torre: para pedirte respeto y ecuanimidad para los que simplemente han salido a defender el status quo.

B  —¡Más latines! ¿Pero qué pasa contigo, renacuajo atormentado, sabandija de las sombras?

E  —¿Tan corto tienes el cerebro, Barón de pacotilla, que no alcanzas a entender que ése es el principio del que deriva la presunción de inocencia? ¿No ves que la conducta normal de los hombres de nuestra civilización es no delinquir, y por eso el derecho establece la carga de la prueba en el que acusa a otro de haber roto ese estado de normalidad?

B  —¡Mentira podrida! Si el fisco dice que le debes pasta, la carga de la prueba u onus de lo que quieras, va a tu cargo; es el contribuyente el que ha de demostrar que no debe. Y ahora ¿qué, sabandija tenebrosa?

E  —No metas al fisco en esto, liante de taberna y serrallo. Mis argumentos jurídicos se fundamentan en el por todos conocido principio ontológico: “lo que contradice la naturaleza de las cosas o fenómenos ha de ser probado”; y la sociedad cree en Dios por naturaleza.

B  —¡Señor, qué mañana me estás dando! Me estás obligando a recordar mis años de debate en el Trinity College. ¿No sabes, sabandija, que frente a tu principio ontológico siempre ha prevalecido el principio lógico, por el que han de probarse las proposiciones positivas y no las negativas? Recuerdo muy bien cuando mi amigo Bertrand Russell propuso en 1952 la divertida analogía de la Tetera de porcelana. Decía que si él proponía la existencia de una tetera microscópica que gira alrededor del sol en una órbita elíptica y que, como nadie podía refutar su aseveración, dudar de ella sería una afrenta a la lógica de la humanidad...

E  —No me interesa seguir discutiendo contigo, botarate tabernario.

B  —Pues lárgate con viento fresco, renacuajo cavernario.

E  —¡Iconoclasta!

B  —¡Qué día!