El arzobispo - 20 enero 2014
B —Tú, sabandija ¿Por qué has tirado por la ventana el periódico? ¿No sabes que no lo he leído?
S —Me ha sulfurado el arzobispo emérito de Pamplona. La basura se tira ¿o no?
B —Abusas de mi paciencia, Catilina. ¿Qué ha dicho el futuro príncipe de la Iglesia para agitar de esa forma los goznes de tu minúsculo mundo?
S —Pues mira, textualmente: "Monseñor Sebastián ve "una deficiencia" en la homosexualidad".
B —¿Y eso te acongoja, sor Angustias? Al fin salió el peine: ¡eres marica! Claro, por eso te escondes de la sociedad.
S —No me escondo, me concentro, como los futbolistas, porque busco la verdad a través del conocimiento.
B —Entonces, además de marica, eres gnóstico, como Eugnosto el Beato. ¡Pobre Segis! Y ahora, para más inri dice el arzobispo que eres un deficiente.
S —Tú eres el deficiente mental. Y el arzobispo, mejor haría en ocuparse de los deficientes que andan sueltos en sus filas haciendo estragos entre los infantes monagos. ¿Por qué tiene que afirmar con rotundidad que el fin de la sexualidad es la procreación? ¿Tú lo entiendes?
B —¿Eso ha dicho?
S —Eso ha dicho.
B —Pues me está entrando un cabreo a mí también, mayor que el tuyo. ¡Señor, con el Sebastián, capaz de ponernos de acuerdo a ti y a mí! ¿Desde cuando estamos aquí con la finalidad de procrear?
S —Eso lo sabrá monseñor, pero nosotros sí sabemos que si un humán produce en promedio unos cien millones de espermatozoides al día, mil al segundo, aunque solo se aprovechara la diezmilmillonésima parte de ellos, el deber de procrear nos habría llevado a convertir toda la materia del globo terráqueo en ADN humano.
B —Seguimos de acuerdo, renacuajo, pero solo por esta vez.
S —Ya sabes que mi amigo
Bertrand Russell, ironizando, acuñó aquello del imperialismo químico.
B —¿Y qué entendía por imperialismo químico tu amigo Russell?
S —Pues mira: cógete sus 'Fundamentos de filosofía', Plaza & Janes, 1975, pg. 67 y podrás leer, refiriéndose a los seres vivientes, que "cada uno de éstos es una especie de imperialista que procura transformar la mayor cantidad posible de materia que le rodea, en su propio organismo" y que "el hombre, por medio de la irrigación, la agricultura, la minería, los canales, los ferrocarriles, la cría de unos animales y la destrucción de otros, transforma la superficie del globo en su propio ADN".
B —Muy bueno el Russell, tú, pigmeo. O sea que viene a decir que el hombre es esclavo y el ADN es el que manda ¿no?
S —Exacto. Al iniciarse el paleolítico, calculan los que saben, que seríamos unos cien mil, todos en África. En el paleolítico medio dicen que como un millón, en África, Europa y Asia. Que al inicio del neolítico, unos cinco millones ocupando también América. Que las técnicas agrícolas y ganaderas elevaron la tasa de crecimiento a ritmos que todavía no han parado. Que cuando los Beatles, llegamos a tres mil millones, y ahora, he consultado el reloj de la población del mundo, hoy, a las 10:55 am, y el contador marca la friolera de siete mil ciento cuarenta y un millones de segismundos, cada uno con veintitrés mil genes...
B —¡Para el carro, que me mareo! Porque, entonces, ¿cuántos espermatozoides dices? ¿Y cuánto ADN, nuestro señor emperador?
S —Pues calcúlalo tú: cada espermatozoide tiene unos setenta y cinco millones de moléculas de ADN...
B —¡Canalla, me quieres destruir! ¡Me va reventar el cerebro!
S —No me extraña, con una sola neurona...
B —Venga ya, sabandija. Pero, finalmente, si nuestra presencia en el mundo no es la reproducción, dime tú, en lugar de Sebastián, para qué estamos aquí.
S —Pues, ya ves: para pensar, discutir y pelearnos.
B —Pues prefiero la reproducción.
S —¡Insensato!
B —¡Sor Angustias!