Barón - Epístolas

Oliendo el arroz


Febrero 2010

Cuando laves el arroz, lava el arroz, cuando cortes las zanahorias, corta las zanahorias y cuando remuevas la sopa, remueve la sopa.”  Esta trinitaria exhortación fue dada por Suzuki Roshi a su alumno occidental, Edward Brown, que oficiaba de pinche de cocina en un centro zen, allá por los sesenta. Él siguió las recomendaciones de su maestro, y cuando lavaba el arroz, lavaba el arroz, y así sucesivamente, de tal modo que desde su trascendente puesto iniciático en los fogones, ha alcanzado notables cimas de humildad como meditador, filósofo,  maestro de cocina budista y escritor de libros sobre la cosa; el más famoso, "El libro del pan de Tasajara". Actualmente es profesor de estas disciplinas e imparte clases por todo el mundo. Nuestro común amigo Fernando me dice que, el otro día, conforme iba abriéndose camino como podía entre mis cogitaciones en torno a unas judías verdes, recordó que tenía por allí arrumbado un DVD con la película "Cómo cocinar tu vida”, que me vendría como anillo (con  perdón) al dedo. El protagonista, ya lo habrás adivinado, es el susodicho Brown, sedente, y parcialmente “iluminado” en la foto.

La peli me gustó; crea un cierto clímax muy zen, y él es bastante bueno comunicando mientras amasa el pan. Es un maestro zazen (medita sentado) y sus piernas reposan entrecruzadas mientras él sonríe, feliz de haberse conocido. Su talante es calmado y jovial; está claro que no es un hombre atormentado por los estragos de la cultura occidental, y a ojos vista está que tampoco el hambre es una de sus aflicciones.


"Cómo cocinar tu vida" viene a decir que cocinar es una ocupación rica en sensaciones y un acto de generosidad y de amor a la convivencia. Te enseña a amasar magistralmente el pan de cada día, a tratar con naturalidad la serenidad de la zanahoria o la altivez del nabo (con perdón de nuevo), mientras él va desgranando lecciones magistrales sobre el arte de cocinar tu propia vida sin quemarla ni mortificarla con demasiada sal. Consejos sobre la temperatura del agua para que disuelva la levadura sin matar sus microorganismos activos o sobre cómo aplicar las manos sobre la masa o cómo escamotear los dedos a los cuchillos asesinos (“los cuchillos tienen una vocación irrenunciable de buscar los dedos”)… etc, son consejos de gran utilidad. Pero el Gran Consejo, tan grande para mí que debería ocupar un puesto al lado de las Nobles Verdades de Buda, es el que nos revela en un momento cumbre del film. A ver si lo cuento bien y no traiciono al maestro:Si, un suponer, tienes ahí, en la misma punta de la nariz, pegado un trocito de boñiga, vayas donde vayas pensarás que huele a “eso”. Si te presentan a alguien, lo mismo; tus amigos y parientes también olerán a boñiga; el trabajo apestará a boñiga, y hasta la comida, los libros y la vida misma, todo, todo, te olerá a bo-ñi-ga. La solución ya la sabemos: agua jabonosa. Con esta parábola, el cocinero zen nos da una gran lección de actitud en la vida: huélete a ti mismo, una máxima llena de sabiduría, digna también del frontispicio de Delfos. Pero he de decir que yo, la conozco desde mi tierna infancia, gracias a unos versitos de Jorge Llopis, que memoricé y que ahora te paso aquí gratis et amore:

Fábula de la chacha y el grifo

Una chacha de Alcorcón,
que en la capital servía,
le daba a un grifo la tía
con abundante asperón.

El grifo, aquel achuchón,
sufrió con paciencia asaz,
mas le dijo: ¡oh contumaz!
¿por qué me causas molestia?
¡Date brillo tú, so bestia,
que buena falta te haz!

                                                    Vale