Barón - Epístolas

Marcando territorio


Octubre 2010

La etología se ocupa de la conducta animal, y tratándose de ésta se nos ofrece distinguir la que nos viene dictada por lo inscrito en los genes de la que hemos incorporado por aprendizaje. Soltar adrenalina, o emprender la huida en casos de alerta máxima, corresponden al primer caso, mientras que enseñar bandera blanca respondería al segundo.

Marcar el territorio, no es preciso que te lo diga, está en los genes. Y en esta labor hay marcados muy elementales, casi todos a base de material olfativo pcf (pis, caca y feromonas), y otros hay más sofisticados, que los etólogos calificarían como conductas orientadas o comportamientos intencionados. El Bobi, por ejemplo, marca de forma muy, pero muy, elemental, exclusivamente pcf, y lo hace sin solución de continuidad, desde el alba hasta el ocaso; o sea, un caso.

Bobi es ya un anciano. Sabio, vicioso, mañoso y ciego. Tiene un ojo totalmente caducado y en el otro unas cataratas dignas de figurar en los manuales de oftalmología. Cataratas, además, en doble función: una, la que nubla cristalinos y le impide captar más allá de un elemental binario luz-tiniebla; otra, la que destila inagotables goterones de serosidad, que amanecen a diario encostrados en sus estoicos párpados. Bobi, como no es humano, no protesta por su suerte y con paciencia infinita se somete pacíficamente todas las mañanas a una minuciosa operación de lavado y eliminación de la inagotable melaza. Pero ese buen carácter no quita para que sea un auténtico campeón en lo del marcado territorial. Una vez terminada la operación de lavado de ojo, su mecanismo marcador se dispara y permanece activo a lo largo del día y parte de la noche. La cosa es genética y no hay nada que hacer.

Bobi ve por su nariz y por su memoria. Tiene memoria, lo mismo que su dueña, de las que llamamos de largo plazo; la que dicen reside en grupos neuronales consolidados que han perdido plasticidad, pero ganado en consistencia. Semejante memoria, y un mejor olfato, le sirven para moverse a sus anchas, con independencia del binomio luz-tiniebla. Además, “lee la prensa diaria” cuando yo vuelvo del mercado con mi carrito de la compra. Las ruedas del carro, lo mismo que mis zapatos, traen mucha información, mucha feromona y mucho mensaje de fortalezas, debilidades, territorios ajenos, jerarquías y otras muchas historias que nosotros no podemos imaginar (la feromona es la forma más primitiva de comunicación; las mismísimas amebas, que son unicelulares, la sueltan para ligar). Después de una minuciosa lectura, echa la firma sencillamente, sin arabesco alguno, eso sí, con su puntito final.

Yo, por mi parte, marco territorio nada más llegar a Torrevieja (esto es una clara metonimia; digo Torrevieja pero me estoy refiriendo al piso 5º B del número 31 de la calle Ramón y Cajal de dicha ciudad). Tomo rápida posesión de la cocina, donde pasaré buenas horas preparando mi variada gama de delicatessen, e instalo la cafetera express que va a donde yo voy. Me apodero de la mesita de la sala, donde planto mi portátil y demás elementos informáticos, para finalmente bunquerizar la habitación que me han asignado, de forma que resulte infranqueable para Bobi y su compulsiva expresión genética pcf.

Y ella marca también su territorio... en cuanto puede. Mientras el líder del grupo está presente, hay acatamiento tácito y se practica el laissez faire. Cuando gozaba de autonomía motriz, su recorrido era amplio, hasta establecimientos con buenas terrazas y café a su gusto. Hoy día, engranajes, charnelas y rótulas, herrumbrados por el paso del tiempo, la han obligado a reducir drásticamente recorridos y terrazas, y trocar los “cafés al gusto” por emulsiones de garbanzo de marca molido y envasado en tarro de cristal.

Las terrazas de antaño han quedado hoy en sólo una, de la que, con poco ingenio y mucha buena voluntad, hemos hecho dos. Según se accede desde la sala de estar, los dos metros de la derecha de la terraza son unos días la terraza Miramar y los dos de la izquierda la terraza Vistabella. Otros días, según nos dé, es a la viceversa. Nos resistimos a que una simple oxidación de engranajes merme nuestras posibilidades de elección. También damos largos paseos hasta La Alameda, que se encuentra al final del largo pasillo que atraviesa “Torrevieja”  entera, hasta las habitaciones que dan a la calle de atrás del paseo marítimo.

Después de nuestros paseos a La Alameda, yo salgo a hacer la compra del día mientras ella se queda tomando su café en Miramar o en Vistabella, según sea la preferencia del momento. Y digo la compra del día, porque es el modo de mantener frigorífico y congelador en mínimo de existencias. De lo contrario, se corre grande riesgo de encontrar por las mañanas, debidamente descongelado, algo que el día anterior estaba debidamente congelado. En el fondo, la cocina es su territorio y yo soy un invasor.

No tengo duda sobre la naturaleza genética del marcado pcf de Bobi. Tengo alguna duda de que mi marcado territorial pueda no ser genético sino “cultural”, es decir, incorporado por aprendizaje (en Méjico dicen que “el que se quemó con leche, hasta al requesón le sopla”); pero tengo muchas dudas acerca de si ella marca territorio por genes o por memes.


En jerga de etólogos (el término lo acuñó Dawkins en El gen egoista, los memes se refieren a unidades de transmisión cultural, por analogía con los genes, que transmiten la información biológica. El caso es que cuando salgo por la mañana al mercado, mientras ella toma en la terraza su pócima pulverulenta, en el mismo instante en que yo cierro la puerta, ella, por genes o por memes, sale disparada a la cocina a marcar territorio. El frigorífico, congelador incluido, es objeto de una revisión concienzuda, lo mismo que la alacena, en la que lleva a cabo un inventario exhaustivo  de latas, tarros y botellas. No sé el orden que sigue, pero sé que el escrutinio es completo, porque a mi vuelta las cosas han cambiado de sitio, una botella de vino de marca ha viajado desde la alacena hasta el frigorífico, normalmente con una lata de espárragos, alimento de alta consideración en lo que estima son mis predilecciones, al tiempo que un conejo despiezado ha pasado del congelador a la encimera de la cocina para su descongelamiento. Vuelvo yo de mi salida, y conejo, vino y espárragos vuelven cada uno a su nicho respectivo, y mientras Bobi queda en la cocina dedicado a la lectura de su diario preferido, ella y yo nos sentamos, uno en Miramar, el otro en Vistabella, o viceversa, comentando ella que las olas no se cansan nunca y que parece mentira que el mar sea tan grande, mientras yo quedo pensando que, al igual que pasa con el color del gato cazador de ratones, en este caso no importa que sea por genes o por memes; lo importante es que marquemos territorio.   Vale