Barón - Epístolas

Introrsus bona tua spectent


Septiembre 2010

Q ue tu fortuna mire hacia tu interior. Una afectuosa exhortación con la que Séneca termina la séptima de sus Epistulae ad Lucilium, y con la que yo comienzo la mía de hoy, a ti dirigida, mi dilecto colombroño. Y es que me dices que estás ya totalmente embarcado en tu viaje retrospectivo; que la mar en la que te has adentrado está en deliciosa calma; y que estás degustando la sensación de verte reflejado en las aguas de Mnemósine. Muchos nombres, imágenes y roles tiene la memoria, ciertamente, y los que la mitología griega le asignó no carecían de relevancia ni de lirismo: alumbrar a las nueve musas que están detrás de toda inspiración humana, no es parto baladí, aunque ello hubiere ocurrido gracias a la imprescindible cooperación de Zeus. Cuando tú, ahora que te encuentras en plena actividad creativa, incluso llegas a sorprenderte ante la magia de tu obra, has de saber que alguna de las nueve hermanas -o quizá todas juntas en silenciosa algarabía- te lo ha susurrado previamente; y tal es su discreción, que invariablemente consideras el fruto como de tu propia cosecha.

Pero más acá del mito, en el difícil territorio de las relaciones de uno consigo mismo y con los que lo rodean, la memoria es facultad del alma -la primera- y a ella acudes para escribir las tuyas, para el reencuentro contigo mismo, que no otra cosa es -me dices- lo que estás haciendo. Cierto que tú eres lo que fuiste, y revivirlo, cuando lo haces con la pausa que exige la escritura, es asimilarlo. Se suele decir que pensamos en bloque y hablamos en línea. Mucho más en línea todavía ponemos nuestros pensamientos cuando escribimos, y por eso escribir ayuda a asimilar. En el caso de los recuerdos, la asimilación es fase obligada para que éstos cumplan su función reconstituyente: la memoria actúa como estómago de rumiante y contribuye a una mejor digestión. Porque uno no es que se alimente de sus recuerdos; uno es sus recuerdos. "Recuerdo, luego existo", diría el filósofo. "Yo soy aquél", dijo el artista. Y los dos juntos dirán: "sé que soy aquél, porque recuerdo quién fui". Tampoco estará de más que tú añadas: "si pierdo la memoria, lo pierdo todo; si pierdo mi pasado, pierdo mi futuro". Por eso Séneca dice a su amigo: tus bienes, tu patrimonio, tu fortuna, mira dentro de ti, que ahí los vas a encontrar.

Mirar dentro de ti y, además, escribirlo, miel sobre hojuelas, mi dilecto amigo. Que aunque no las publiques y para ti y los tuyos queden reservadas, el trabajo profundo está ya hecho con haberlas recordado en bloque y escrito con el sosiego que la línea exige. Pocos mejor que tú saben que el lenguaje no sólo es un medio para comunicarnos con los demás sino para comunicarnos con nosotros mismos. Por tanto, no temas que tu esfuerzo pueda quedar en trabajo estéril, que "...ne operam perdideris, si tibi didicisti" nada habrás perdido si te enseñaste a ti mismo. Vale