Barón - Epístolas

Filareto y la comunidad de bienes


Marzo 2010

D ijo Plinio el Viejo que sólo un hombre en el mundo, Zaratustra, había nacido con la sonrisa en los labios, gesto que augura sabiduría divina. Y hay que reconocer que el nombre del profeta persa, germen de los actuales monoteísmos, ha dado y da bastante juego a delanteros rematadores de la imaginación y del pensamiento. El nombre Zaratustra, antiguo iraní, ha sobrevivido mejor que el griego Zoroastro, en parte por ser más genuino, pero principalmente gracias a tu colega Nietzsche, ya sabes, el de la caverna, el que salía a la boca de la cueva con su águila y su serpiente e imprecaba al astro Sol (mi e-correo del 2-02-09). Otro "killer" del área del arte, Richard Strauss, llevó al personaje de Nietzsche a la cumbre de la épica musical, y hoy se lo agradecemos con fervor.

Y las cimas merecidas por el enorme potencial del profeta persa habrían quedado para mí suficientemente satisfechas con las tres citadas: la de propiciar el monoteísmo, la del arte filosófico-literario a cargo de tu colega, el filólogo austriaco, y la del arte musical coronada por Strauss (el muniqués, no el vienés), cuando ayer quedé deslumbrado al descubrir otra cumbre artística hasta hoy ignorada por los estudiosos de Zaratustra. La cima del esperpento. Lo raro es que Valle-Inclán no incluyera el siguiente relato en su Martes de carnaval.

Me dices que topaste con el personaje Jesús Ibáñez cuando preparabas tu libro sobre Asturias y que intuías “apasionantes episodios” en su biografía. Me dices que ésta había dado lugar a una novela (encajada o insertada) que escribió en 1946, en su exilio en Méjico, con el tétrico título: "Discos de acero. Memorias de mi cadáver", y me das la pista de unos artículos que aparecieron en La Nueva España, en una sección sobre figuras señeras de Mieres. 

Bien; pues hay uno publicado el 26 de mayo de 2009, firmado por Ernesto Burgos, que no tiene desperdicio, y que, como te digo, ayer, mientras lo leía, me pareció que se trataba de uno de los relatos que Valle-Inclán sitúa en el Callejón del gato, donde los espejos cóncavos y convexos, distorsionaban la aparente realidad de los españoles de entonces, para darnos la auténtica visión del esperpento. No te pierdas esto.

En 1921 Ibáñez era un joven aguerrido, que fue designado para viajar a Moscú y representar allí a Asturias en un congreso de la Tercera Internacional. Otro de los designados cuenta de él: «Parecía escapado de las páginas de la novela picaresca clásica. Carpintero de oficio, empezó siendo socialista, después se hizo sindicalista, más tarde comunista, y, finalmente, como un hijo pródigo, regresó al redil socialista. Joven, de unos treinta años, le atraía la aventura y, lo que es más grave, le fastidiaba la garlopa».

Por seguridad, los componentes del grupo acordaron viajar por separado hasta Berlín. Ibáñez se les adelantó, y cuando los demás llegaron se encontraron con que la policía lo había metido en el trullo. El susto fue tremendo pensando que los habían descubierto, pero todos respiraron cuando comprobaron que no se trataba de asuntos políticos, sino de faldas; o mejor, de carencia de éstas, pues cuando detuvieron a Ibáñez, ninguno de los presentes llevaba ropa. Ocurrió que el de Mieres, a quien las féminas le gustaban más que comer con los dedos, en lugar de entrar en contacto con compañeros sindicalistas, como era su misión, había ido a ver a unos coleguis a una comuna de anarco-comunistas llamada la “Caverna de Zaratustra”, fundada por un dominicano que había adoptado el nombre de Filareto Kavernido (en esperanto, Amante de la caverna). En la Caverna imperaban la hermandad y el amor libre (pero menos); todos andaban en porretas, como era menester para tan alta misión, y para no alargar innecesariamente la historia, Ibáñez se cameló a la predilecta de Filareto y todo acabó como el rosario de la aurora, sin Aurora y sin Rosario, que no consta el nombre de la chica de Filareto.

Moraleja:

En asuntos de parienta,
y comunidad de nalga,
no hay caverna que consienta
ni comunismo que valga.

                                                           Vale