Barón - Epístolas

Stultitiae laus


Diciembre 2011

Diómedes, en plena batalla de Troya, “se abrió paso por las primeras filas, y, deteniéndose ante el carro del viejo Nelida, pronunció estas aladas palabras: 

¡Oh anciano! Los guerreros mozos te acosan y te hallas sin fuerzas, abrumado por la molesta senectud; tu escudero tiene poco vigor y tus caballos son tardos.” (Iliada, VIII, 102)

La “molesta senectud” acuñada por Homero hace que nuestro otrora dilecto himno deba mudar hoy a otro más acorde con el cambio acontecido:

Maereamus igitur,
iuvenes non sumus,
post iucundam iuventutem,
in molesta senectute,
nos habebit humus.

Y este desmoralizador post iucundam iuventutem, hace hoy extensiva a mi ánimo guerrero la falta de vigor del viejo Nelida. Tardos son mis caballos y abatida está mi inspiración por mortífera flecha salida del arco del mismísimo Zeus. Nos habebit humus.

En lo que pienso son ya mis últimos estertores literarios, y ante tu empecinada insistencia, busco una razón para sentarme al teclado, un porqué para mi osadía, y nada encuentro. No hay porqués, no hay sentido ni razón; sólo necedad, frivolidad, locura. Locura erásmica ha de ser, es decir, estulticia. Morías enkomion, id est stultitiae laus, tituló su divertimento el de Róterdam. Nada que ver con la demencia, nada con la enajenación ni con la insania, todo con la trivialidad y la memez.

Erasmo crea la Locura, para hablar por su boca y poner en evidencia la necedad de la sociedad de su tiempo, la misma que la actual, porque la morías griega –stultitia latina para el autor, locura para el traductor español- tiene vida eterna y habitó, habita y habitará entre nosotros.



La Locura de Erasmo dirige el mundo y reivindica para sí ser motor de toda actividad humana. Se arroga las virtudes de la juventud y se erige en freno de la vejez: “Yo restituyo al hombre a la mejor y más dichosa edad de su vida, y estoy segura -dice la Locura- de que, si los mortales cortaran cualquier contacto con la sabiduría y vivieran siempre a mi lado, no habría vejez y gozarían de perpetua juventud”. Mas “en cuanto los jóvenes se hacen mayores y adquieren la discreción de los adultos a través de la experiencia y el estudio, se marchita su belleza, su entusiasmo se desvanece, se enfría su gracia y se tambalea su vigor. Cuanto más se distancian de mí, menos viven, hasta dar con la molesta vejez”.

Está claro que al Barón se le ha marchitado la belleza, desvanecido el entusiasmo, enfriado su gracia y tambaleado su vigor, todo ello consecuencia de haberse distanciado de la locura y haber creído que su agudeza era inmanente y no prestada; de haber pretendido volar en cielos más altos con pensamientos más plúmbeos. Gran error. “¿No veis a esos hombres sombríos, metidos en problemas filosóficos u otros asuntos graves, ya envejecidos antes de alcanzar la juventud? Debo suponer que las preocupaciones y la excesiva concentración de su cerebro les ha secado el seso y la vitalidad. Por el contrario, mirad qué gordos, lucidos y relucientes están mis bufones, cual si fueran  «puercos de Acarnania», como se dice vulgarmente. Nunca sentirán las molestias de la vejez a menos que se contaminen con la compañía de los sabios, como sucede a veces”.

Así hablaba Geert Geertsen (Gerardo hijo de Gerardo), alias literario Desiderius Erasmus Roterodamus por boca de la Stultitia, esa hija de Plutón, que gobierna el mundo. El Barón se apartó de ella meses ha y en ello halló su penitencia; su inspiración se secó, como se secó el arbolito donde durmió el pavo real; y por éstas y otras consideraciones, profundas todas ellas, hago votos, mi dilecto colombroño, de vivir en adelante bien ceñido a la Locura erasmiana y ajustándome a los patrones mundanos henchidos de ligereza, insensatez, pereza e ignorancia, virtudes que forman el séquito de la locura, ilustre hija de dioses, madre de los hombres. Vale