Especialización
Enero 2010
Séneca escribió 124 cartas a Lucilio, un amigo imaginario, hoy diríamos instrumental, lo
cual le permitió publicar sus mejores consejos para la conquista de la
virtud y llegar a ser un perfecto estoico. Las llamó
Epistullae
morales ad Lucilium y todas comenzaban con un cariñoso
Seneca ad
suo Lucilio salutem, y terminaban con un sencillo
Vale, que
no era expresión de hartazgo ni de conformidad, como hoy en día, sino de
despedida con buenos deseos. Otra cosa era entonces un
valeat,
que equivalía a un ¡a paseo!).
Ayer leí una de las
124, concretamente la segunda, en la que Lucilio era exhortado a no
dispersar sus capacidades, a centrarse en sus lecturas, que “en
ninguna parte está el que está en todas”, y “la vida de
peregrinaje trae aparejados muchos albergues y ninguna morada”. Esto
me inquietó, claro, pues me pareció que el destinatario de la epístola
era yo mismo y no Lucilio. Por eso me he sentado hoy con ánimo de
considerar esta recomendación de mi virtuoso maestro.
No obstante, antes de
entrar en harina, quiero decirte que me ha parecido bien adoptar
definitivamente el género epistolar; Lucilius y Emilius me
traen ciertas concomitancias que así, a bote pronto, puedo enumerar:
-
Fuiste tú, Emilius, quien suscitó en mí la práctica de este juego: Emilius bonus fecit Emilium ludens.
-
Este juego se inició también como género epistolar, encabezado por un “Mi dilecto colombroño”, no tan señorial como “Seneca ad suo Lucilio salutem”, pero que tampoco es manco.
-
Séneca adoptó la epístola al amigo para meter de matute todo lo que le venía en gana, que fue mucho. Idem mihi.
Lo hizo cuando, como nosotros, jugaba el tercer set del
partido. Empezó a escribir las cartas a los 66 años, bien jubilado ya,
en su finca de La Campania (palmó a los 69 (toca madera), aunque esto no me
inquieta, pues no soy preceptor de ningún Nerón que pueda incitarme a la
cicuta.
Y volviendo a la recomendación del
cordobés venido a más de “no peregrinar” para no quedarme sin morada,
que “forzosamente esto ocurre a quienes no entran en familiaridad con
ningún ingenio, sino que mariposean de uno en otro a toda prisa y
livianamente”, me pregunto: ¿seré tan necio yo por andar siempre
picoteando todas las flores del huerto del intelecto? ¿No tendría que
imbuirme del sentido de la "Segunda a Lucilio" y especializarme en algún
saber concreto, profundizando en él, y poder así aportar algo de valor a
quienes reciben (ojo, digo reciben, no leen) estas mis dispersiones? Y
la respuesta creo que es no.
La especialización nos lleva a que el médico ya no lo
es del cuerpo entero, sino que el cardiólogo se concentra en el corazón
y el podólogo en el pie; luego están los especialistas del pie derecho y
los del izquierdo, claro, con una súper especialización para las uñas;
que, dependiendo de dedo y pie, nos lleva al Especialista en la uña del
dedo pequeño del pie derecho”.
Corre por ahí una definición de
especialista como el que sabe cada vez más sobre cada vez menos, hasta
que llega a saberlo todo… de nada. El saber del especialista, pues, es una función
con límite cero.
Por otro lado, desde un punto de vista darwiniano la
especialización es un callejón sin salida en el que el animal se adapta
al medio, corriendo gran peligro de extinción, además de limitar sus
posibilidades en vida. El koala se especializa en las hojas del
eucalipto, y no le hables de unos buenos lechacinos, o de una cigalita a
la plancha, que preferirá extinguirse. Y en el mundo industrial, la
especialización comporta siempre una gran debilidad (¿qué fue de aquella
famosa fábrica de rabos de boina?).
Sin embargo, he de admitir que sí hay una
especialización realmente beneficiosa: la sexual, que acota el
territorio en el que la reproducción es posible; ¿qué cosas no veríamos
sin ella, mi dilecto? Pues aun así, me mantengo firme en mi propósito de
seguir picando aquí y allí, sin discriminación de temas ni de especies.
Vale