Barón - Epístolas

Cerezas a la Heijenoort


Febrero 2010

Hoy la cesta de cerezas se ha alborotado. Estoy leyendo un libro sobre la gran revolución intelectual que significó la conexión entre lógica y aritmética hace poco más de un siglo, y sobre los hombres geniales que la hicieron posible. Frege, Cantor, Russell, Von Neumann, Gödel nos pueden sonar, a unos por una cosa, a otros por otra y a otros por ninguna (Bertand Russell, por ejemplo, suele aparecer mucho por mi mundo de papel, aunque en plan filósofo, no como el gran matemático que fue), pero estoy seguro de que no has oído hablar de Jean van Heijenoort [Jáienort]. Bien; pues dejando aparte la repugnancia que como hombre de letras pueda producirte pensar que dedico mi tiempo a escrutar los intríngulis de la escritura conceptual, la teoría de conjuntos (¡oh Trocóniz! ¿eh, Roberto?), la aritmetización del análisis y cosas así, que parecen más esoterismo que ciencia, he de decirte que si su campo de investigación puede no despertar interés a muchos, no puede decirse lo mismo de sus vidas. Casi todos ellos tienen una biografía interesante, pero la palma, y nunca mejor dicho en este caso, le corresponde sin discusión al joven señalado en la foto.

Y de esta foto, sale otra cereza enredada por el rabo. No recuerdo bien el año en que Roberto me visitó en uno de sus viajes a Méjico, cuando él dirigía los estudios económicos de la Cámara de Comercio de Bilbao. Pongamos 1976. Mi lugar de trabajo estaba muy lejos de casa, y a la hora de la manduca solía buscar lugares por la zona, primando la tranquilidad, incluso sobre la cercanía. Mi lugar predilecto estaba en la colonia (distrito) Coyoacán. Entrar en Coyoacán era un viaje atrás en el tiempo. De pronto, la ciudad se hacía pueblo, las avenidas, calles, los grises edificios, casas pintadas de colores alegres y el aire se aquietaba. Había encontrado un modesto restaurante con muy pocos parroquianos de mediodía, a pesar de que los pocos platos de la carta eran sorprendentemente buenos. Era cocina más bien francesa, algo inusual en Méjico. Las paredes ofrecían una gran variedad de cuadros y fotos, y entre ellas, ésta o muy parecida, porque recuerdo haber reconocido a Trotsky y a Frida Kalho, ambos inconfundibles.

Y, mira por dónde, ahí, ocupando una segunda fila, como correspondía a su puesto de secretario y guardaespaldas de Trostky, se encuentra nuestro Jean van Heijenoort, que por entonces estaba entregado en cuerpo y alma a la causa de la revolución mundial. Esa foto es del año 37, por tanto nuestro héroe tenía 25 años.

Asesinado Trostky (1940), el guardaespaldas se puso a estudiar lógica y mátemáticas, algo lógico para todo guardaespaldas que se precie, y se convirtió en historiador prominente de la lógica moderna. Pero su cogollo aventurero subsistía en su interior, desde donde, por lo visto, era devorado por incandescentes brasas. Su última (cuarta) mujer, la mejicana Ana María, nada más conocerlo lo describió como “una llama de fuego puro”. Ella resultó ser gasolina, con lo que, bien embotellada por el amoroso lazo, la combinación resultó ser un auténtico cóctel Molotov. Leo su biografía, agitada, aventurera y científica, todo en uno, y veo que coincidimos en Méjico, e incluso en la zona, pues él se casó con Ana María Zamora en 1969. al poco tiempo se separó y se largó a EEUU donde continuó sus trabajos en distintas universidades. Ella quería guerra, y en 1986 lo conminó a volver inmediatamente a Méjico porque quería suicidarse. Él tomó el primer avión y fue a impedirlo. Y una noche, mientras él dormía, ella le descerrajó tres tiros (nomás uno fue de muerte) y después se disparó a sí misma en la boca. Bravas, estas mejicanas.

Como ves, la ciencia no siempre es fría y anodina. Tengo buenas sensaciones respecto a los buenos ratos que la lectura de este libro nos pueda proporcionar.     Vale