Barón - Epístolas

Apología del ingenio


Marzo 2013

No sé si me elogias o me repruebas cuando me tildas de ingenioso, conociendo la animadversión con la que grandes pensadores se han referido a esta dimensión humana. Kierkegaard, que a su pesar dio muestras de gran ingenio, llegó a compararlo con las "tentaciones de la serpiente infernal, que así como al principio se dedicó a echar lazos a Adán y Eva, con el decurso de los tiempos se ha puesto a tentar a los escritores para que sean ingeniosos". Pascal también se despachó a gusto contra el hombre que abdicando de su trágica dignidad se entrega al "divertissement"; dejó sentencias como ésta: "decidor de frases ingeniosas: mal carácter".

El ingenio ciertamente carece de buenas referencias; tú, como buen filólogo, lo sabes; no tienes más que examinar las léxicas, y verás que no incluyen entre ellas la verdad, la honradez, el pudor, ni tampoco la seriedad, la exactitud o la bondad. Sí incluyen, sin embargo, la transgresión, la ligereza y la frivolidad.

Mas tildar de ligereza al ingenio es quedarse en la superficie del examen. Quienes lo han estudiado a fondo dicen que se ven obligados a descender a niveles profundos de la naturaleza humana y terminan afirmando que el ingenio no es una diversión sino una supervivencia. Marina dice que el animal pervive, mientras que el hombre super-vive. Gracias al ingenio el hombre vive por encima de sus posibilidades zoológicas.

Y tú, mejor que muchos, sabes que el "Príncipe de los ingenios" recibió tal título porque el ingenioso hidalgo don Quijote se elevó por encima de la realidad que lo rodeaba y vio gigantes donde había molinos, castillos donde había ventas y Dulcineas donde solo había Aldonzas. Sartre, a quien a primera vista difícilmente calificaríamos de frívolo, nos da el argumento para refutar la seriedad y dedicarnos al juego: "hay seriedad cuando se parte del mundo y se atribuye a éste más realidad que a uno mismo". En ese caso hay sumisión, el hombre serio se somete a la realidad, deja de ser libre. En "El ser y la nada" dice que Marx es serio: "estableció el dogma primero de la seriedad al afirmar la prioridad del objeto frente al sujeto". El dinero es serio y lo que poseemos nos posee. Y concluye contundente: "odio la seriedad".

Por contra, en el momento en que el hombre se percibe libre, pone la realidad en la perspectiva de sus prismáticos y la sobrevuela. El hombre juega. Pero la cosa no es de ahora; ya en los albores de la humanidad, al tiempo que el hombre naciente reconocía la realidad que lo rodeaba y pintaba bisontes y caballos, fabricaba adornos y abalorios sin utilidad práctica. A Cleopatra, por ejemplo, le gustaba ir siempre bien emperi-follada.

El ingenio resulta así la expresión de una inteligencia libre, desligada, sin unción, sin miedo, dedicada a jugar. Y el juego es una estética fugaz y gozosa, fruitiva, que consagra el ahora y no pretende nada más.

"La jirafa tiene ideas muy elevadas", titula uno de sus libros Cabodevilla, el cura tafallés al que me refiero con frecuencia. En él se defiende "ingeniosamente" la humana dimensión del juego. Viene a coincidir con Sartre cuando dice: "reconozco que el humor supone casi siempre una depreciación, pero esto sucede precisamente porque antes se ha dado una inflación indebida". Copérnico, dice, sólo con regla y cartabón desmontó la visión heliocéntrica que el hombre se había montado tan seriamente. Necesitamos catalejos para poder decir que el hombre es un "bípedo implume, racional, locuaz, melancólico y jactancioso, capaz de robar el fuego a los dioses para luego incendiar su propio pajar". El humor no es otra cosa que objetividad aplicada a la observación de los fenómenos humanos desde una distancia suficiente. No se puede escribir sobre el vino cuando se está borracho, ni sobre el matrimonio cuando uno está casado.

Es la rebelión de la inteligencia, que quiere dejar de ser seria. Tiene razón Peridis cuando dice que es mejor caer del piso 25 que del 15 porque se vive más. Y Gómez de la Serna sabe que no es verdad, pero lo dice y se libera: "un monólogo es un mono que habla". Y cuando sentimos un pie caliente y otro frío sospechamos que uno de los dos no es nuestro.

Así que, mi dilecto colombroño, te sugiero que te compres unos buenos prismáticos y los uses del lado correcto, del que no aprecia las verrugas y permite contraponer el gozo de la estética a la pretensión totalitaria de la ética. El hombre piensa, dice un proverbio judío, Dios ríe. Vale