Barón - Apócrifos

El flogisto

Mi dilecto colombroño:

Hoy día, hasta los más indoctos barones sabemos que la combustión es una oxidación, normalmente rápida aunque las hay perezosas, y que, como toda reacción que se precie, tiene lugar allá abajo, en el trepidante inframundo del átomo; allá donde nadie descansa, donde todos, como en un permanente mercado, ofrecen y comprueban mutuamente sus mejores electrones con vistas a posibles trueques que los acercarán a la anhelada entropía final.

Esta introducción viene a cuento para tocar el tema de fondo, que es el ansia de saber del hombre. Este bípedo, que con tanta frecuencia se comporta como cuadrúpedo, apenas recibe de los que le rodean la facultad de hablar, cuando empieza ya a preguntar y a pedir. A pedir empieza bastante antes que a preguntar, cierto, pero eso es otra historia que queda para otro momento. El caso es que mantiene ambas actividades vitales hasta que cae exhausto en el último día. Esto de que el bípedo implume vive en pregunta permanente hasta el fin de sus días me recuerda aquel cuento tierno y realista del abuelo que expira en su casa y ésta se va llenando de allegados venidos (¿llegados?) de otras aldeas. La hija, ama de la casa, atiende a todos, va y viene, mientras prepara un sustancioso caldero de garbanzos con berza que para todos alcance. En uno de esos trasiegos apresurados, abre la puerta de la alcoba donde el reticente agoniza como puede, toma algo de alguna estantería y sale presurosa en su trajín de parientes, fuegos y pucheros. En esto, el abuelo husmea el ambiente, abre rápido un ojo y pregunta: “oye, hija; ¿les estás poniendo bien de tocino?” ; y ella, centrada como está en la faena, le apremia: “¡Venga, padre; usté… a lo suyo!”.

El asunto es preguntar. Hay gente singular que se ha entretenido en grabar, y analizar después, sus conversaciones con niños y dicen que aproximadamente el 20% de las observaciones de éstos son preguntas: a un tal Boyd le dio el 21%, a Trettien 22%, a Brandenburg 18% con infantes de 38 meses de edad y 20% con los de 52 (la curiosidad  aumenta con la edad), a Piaget 17%…¿seguimos?. No hace falta. Todos vienen a coincidir en dos cosas: una, la inagotable capacidad del niño para torturar a los mayores a base de preguntas; la otra, que conforme la edad del preguntón avanza, resulta más difícil encontrar una respuesta que lo satisfaga.

Pues si miramos a la humanidad como un conjunto en desarrollo, vemos que está infectada por el mismo virus de la curiosidad. Ahí tienes la combustión que te he mencionado, por no ir más lejos. A Aristóteles y coetáneos les bastó con una respuesta simple: todo lo que puede arder –decían- contiene dentro de sí el elemento fuego, que queda libre cuando las condiciones son las apropiadas. ("El avión vuela porque tiene alas, ¿vale hijo?" es respuesta aristotélica de un padre en sus primeros agobios). Los alquimistas, que ya se atrevían con pócimas, probetas y demás cacharrería, avanzaron un poco más: concebían los combustibles como algo que contenía el principio de "azufre" ("porque tiene alas y corre mucho, mucho, ¿vale?"; respuesta más elaborada). En 1702 un médico alemán, George Ernst Stahl, desarrolló la teoría del flogisto, que venía a decir lo mismo, pero revestida de mayor empaque científico ("porque tiene alas, corre mucho y el piloto sabe las palancas que tiene que mover. Ha estudiado mucho, muchísimo. Y ya vale, hijo mío"). La teoría del flogisto dominó el campo científico durante casi un siglo.

Recuerdo de nuestros tiernos años de bachiller, el día en el que el P. Mocoroa nos llevó al laboratorio (de FyQ se llamaban entonces) y nos explicó esta genial teoría. Nos divertimos mucho con la astucia de aquellos sabios que hasta que no conocieron la existencia del átomo, total ayer, resolvieron con pulcra eficacia el misterio de la combustión. El secreto era muy simple: las cosas arden porque tienen flogisto y las que no arden es sencillamente porque no lo tienen o se les ha acabado, claro; el carbón tiene mucho flogisto y las rocas nada. La gran belleza de esta teoría radicaba en la economía de su exposición; y es que la sobriedad expositiva ha sido siempre objeto de justa admiración en el mundo del saber. Comenzó con el Conócete a ti mismo, siguió con el "sólo sé que no sé", abundó en el "pienso, luego existo" y culminó con "E = mc2".

El caso es que el hombre —en este caso se llamaba Antoine de Lavoisier— fiel al impulso inquisitivo, acabó en 1773 con tan bella teoría sirviéndose de una balanza. Con tan simple instrumento, don Antoine demostró que toda combustión en el aire resulta de una combinación de éste con el material combustible. Lavoisier y sus contemporáneos todavía se expresaban en términos que tú y yo, de manera un tanto laxa, nos atrevemos a digerir. Pero últimamente la cosa se ha complicado a tal extremo que los cortes de digestión cerebral son una constante sin remedio en nuestro horizonte.

La belleza propia de las teorías de sencillez expositiva ha terminado, y la combustión, por ejemplo, entendida como una combinación o baile más o menos desaforado de átomos sea por parejas, por tríos o por grupos danzantes, ha pasado a ser un galimatías ininteligible a estas alturas del siglo XXI. El sencillo átomo de Demócrito, que sólo buscaba satisfacción filosófica y cuya completa doctrina cabía en su propio término (átomo, sin partes, lo indivisible), se ha ido complicando a lo largo de los siglos XIX y XX con los modelos dados sucesivamente por Dalton (1804), Avogadro (1811), Medeléiev (1869), Rutherford (1911) y Bohr (1913), para coronar en 1926 con el Nobel, mi admirado Schrödinger. Desde entonces, y en base a la concepción cuántica de la energía, los átomos han dejado de ser unas bolitas diminutas más o menos huecas, para pasar a ser algo indefinido, difuso, que está pero que no está, que puede medirse pero no muy bien, que si lo miras tal vez lo pilles, pero tal vez no. Total, dice Schrödinger, lo más fácil para conocer acerca de ellos es utilizar esta fórmula:

La ecuación puede parecerte fácil a primera vista, pero no te engañes, que tiene su intríngulis, porque en ella   y a0 es el radio de Bohr. Una vez aclarada esa dificultad que podía despistarnos un poco, sólo hay que tener en cuenta que es el polinomio de Laguerre de grado n-l-1, y que   es el armónico esférico (l,m).

Bueno, ¿qué te parece? Todo para decirnos que aquel átomo de Rutherford, tan bonito y tan familiar a nuestras limitadas meninges, con su núcleo y sus órbitas, tan formales y puntuales ellas, no es realmente así, y que no podemos aspirar a saber dónde están los electrones en un momento determinado; que si nos empeñamos mucho, podríamos calcular la probabilidad con que se pueden presentar en un punto concreto del espacio y del tiempo, pero de ahí a poder determinarlo mediante las leyes de la Física hay un trecho insalvable. A esa imposibilidad de determinación la llaman incertidumbre; y dicen que el Universo enterito funciona bajo el Principio de incertidumbre, que viene a ser un eufemismo para evitar su verdadero nombre: Final de la certidumbre.

Se acabó lo simple. Hasta aquí hemos llegado. Madrid es sede de la Conferencia anual Strings 07 y hoy precisamente, 30 de junio, tiene lugar su clausura con tres conferencias sobre la Teoría de las cuerdas. Esta teoría es, ni más ni menos, la avanzadilla de la ciencia. Con ella buscan nuestro desánimo; es su mejor arma para hacernos desistir en nuestro afán de conocer la verdad. Con ella escrutan el mundo subatómico y dejan atrás a Rutherford. Nada de bolitas y órbitas, no, “es mucho más sencillo” nos deslizan sibilantes, como si una segunda serpiente intentara sacarnos por segunda vez del terreno de juego del conocimiento. Tan sencillo, que te lo explico con un par de copio-pego, tomados de la web de esta Conferencia de Madrid:

Quieren, como digo, desanimarnos, pero no lo conseguirán. Ellos han rebasado los quarks y van ya por lo de las cuerdas (strings), pero nosotros nos mantendremos firmes en el flogisto. Y mientras no lo entendamos todo perfectamente, no hemos de dar el siguiente paso; chi va piano va lontano.

Un afectuoso abrazo de tu amigo,

Oil Imenod
Barón de Münchhausen
Junio de 2007